Aquel tambor ha fusilado un corazón.
Hubo un rechinar,
y languideció el fuego de la tarde.
Era un corazón de tierra y yerba buena,
con los pies tibios de música.
Si, era un corazón.
Aunque la lluvia diga lo contrario
porque lo tiene escondido en los bolsillos,
para que nadie lo encuentre,
y para protegerlo del frío de otras manos.
Desconoce que agoniza eternamente.
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