Desplumada
la gallina
por el ahogado más hermoso del mundo.
Degollada.
Se
hizo hueco la noche y la armadura
mostró
media sonrisa.
Parecía
querer decir
tu
turno ya pasó
no
te despeines con tus gritos
aunque
el anhelo siga chillando
acurrucado
en las baldosas.
Ese
fue el precio a pagar
por
ausentarse a cada rato
y
prendida con alfileres asomarse a una ventana
por
pura conveniencia
de
necesidad y urgencia de aire.
Y
de un pedacito de mirada
que
planea sobre el mundo
urdiendo
cada calle.
(Cada
sol psicopompo, cada dedo, cada ruina)